Rondamos los días de las fiestas de difuntos, de Halloween, mal que nos pese a algunos. Y en esta época hay un pequeño animal que se impone sobre los demás: el vampiro y su "primo más pequeño", el murciélago. No habrá fiesta que se precie sin que alguno de estos seres entre reales e imaginarios haga acto de presencia pero siempre "en versión chunga".....a Batman lo dejamos mejor para la fiesta de Carnaval.
Siento lástima por este pequeño y simpático mamífero que tiene que arrastrar su mala fama por casi todo el mundo. En algunos lugares simplemente por emparentarlos con Drácula y en otros por ese miedo atávico y ancestral que se tiene a la rabia , enfermedad que por desgracia son capaces de transmitir.

El murciélago en sus diferentes variantes es un animal que ha conseguido expandirse prácticamente por todo el planeta y en esta ocasión y en desagravio, os voy a contar un precioso cuento que procede nada más y nada menos que de las altas y lejanas tierras tibetanas.

Dice un sabio Lama que todos los seres vivos estamos en un perpetuo viaje pero sólo algunos buscan. Otros, sin inquietudes ni curiosidad, no lo hacen y se exponen a vivir y revivir en el mundo por toda la eternidad. Entre todos estos seres existe uno muy pequeño al que la búsqueda se le hace especialmente difícil porque es ciego: el murciélago.

Pues bien, el murciélago de nuestro cuento llevaba años intentando acercarse al sol para poder contemplar su luz maravillosa. Se lamentaba por su ceguera y sabía que si no podía ver el sol con los ojos que no tenía, al menos podría llegar hasta él y fundirse en su calor. Sería una forma de ver el sol con los ojos del corazón.

En su intento desesperado por abordar esa gran tarea, el pequeño murciélago ascendía en su vuelo una y otra vez hasta llegar a la extenuación provocando la risa y el desprecio de aves más poderosas que él y que le reprochaban su patética inocencia. Incluso un asceta que meditaba en la montaña lo vio y le increpó de esta manera: "insignificante animal.....aunque viajaras miles de años no podrías alcanzar el sol. Desiste, tus pretensiones son absurdas".

"Puede que tengas razón", le contestó el murciélago, "pero no desistiré jamás porque deseo con todas mis fuerzas llegar al sol y lo intentaré de por vida".

Y así fue. Siguió volando y volando hasta que un día exhausto, viejo y con las alas quebradas murió en el intento. Pero cuando su pequeño cuerpo iba a precipitarse al vacío, nada más morir, un rayo de sol lo alcanzó y lo atrajo a su seno y se fundió con él.

Aquel sabio que lo increpó y que contempló el triunfo del pequeño murciélago en el transcurso de sus meditaciones, reflexionó y dijo: "El anhelo de libertad te conducirá a la libertad".

Como dije en otra ocasión, corren tiempos oscuros y una pequeña luz, por diminuta que sea, siempre nos alumbrará un tramo del camino. Espero que a partir de hoy también vosotros sepáis ver a este denostado animal con los ojos del corazón.
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